viernes, 16 de agosto de 2013

Vuelta al paraíso de Miraflores

Empiezo este blog no sé si por necesidad, por gusto, o porque me da la gana. Y lo empiezo con un artículo de Tijuana, evidentemente, porque estamos a mediados de agosto, el cole no ha empezado, y aún colean sentimientos hacia esta pequeña-gran ciudad del oeste de México, allá perdida en la frontera. Como diría Ismael Serrano, pero refiriéndose al DF, una "ciudad llena de radiotaxis y sentimientos".

En ella siguen habitando personas que han llenado mi julio, han llenado mi vida y mi verano, gracias a su Verano.  


Y debo empezar este blog por los habitantes del paraíso. Lo llamo paraíso quizás por su microclima, porque está en lo alto de un cerro y a las 6 de la tarde ya tienes que ponerte una manga larga, especialmente en los juegos de agua. Lo llamo paraíso porque tiene una atmósfera de irrealidad que me encanta y que lo envuelve de magia, como si estuviésemos en el país de Oz, pero sin mago y sin Dorothy. Bueno, lo cierto es que si tuviese que pensar en una mago y en una Dorothy ya sé en quién pensaría, pero la magia de Miraflores implica no revelar sus reglas y sus secretos.

Miraflores era el campamento que hacía por la tarde, de 4 a 7. No estaba tan perdido como Lázaro Cárdenas, pero estaba un poco lejos de la colonia México. La rutina era la misma cada día. Javier nos venía a recoger a casa y a Dolors y a mí nos dejaba en la heladería del final de la calle donde se hacía el campamento. Tomarte una nieve (un helado) en la Michoacana (la heladería) a las 15.15 de la tarde en un lugar perdido del mundo con alguien de quien he aprendido tanto... no tiene precio. Ni quiero ponérselo. Y qué mejor manera de calentar (o enfriar) motores para la tarde.

Allí jugábamos, cantábamos, realizábamos juntas que siempre acababan desbordando sinceridad. Descubrimos que si algo se organiza, siempre sale mejor, pero que tenemos una capacidad innata de improvisar. Decían que nosotros, los catalanes, les salvábamos cuando no sabían qué hacer, cuando siempre he creído que son ellos que muchas veces nos salvan a nosotros, seguramente sin quererlo.

En Miraflores descubrimos que una juguetería es posible, cuando hay juguetes que la hacen posible. Ese era el centro de interés: la juguetería. Todos éramos juguetes, más o menos creíbles, que paseábamos por el paraíso de Miraflores, convertido en juguetería. Yo era un león mágico, Sergio era un soldado soberbio, Yessenia era una barbie enfadosa, Dolors era un malvado títere, Andrea era una niña que se convertiría en muñeca.

Laura era la que, con su mágica voz, nos conducía por esa juguetería en la cual iban apareciendo y desapareciendo extraños seres que iban haciendo las delicias de los más pequeños. Si pudiera llevarme las palabras de Laura en una pequeña cajita y ponérmelas cuando me siento deprimido, lo haría sin dudarlo.

El hecho de ser poquitos niños y habitar en un mundo completamente apartado te permite gozar de otros placeres que quizás en otros lugares no puedes gozar. El sentirse como una familia es mucho más fácil.

Aprendimos, por qué no confesarlo, la canción del café. Sí, esa canción que se convirtió en el hit del verano gracias a mi amigo Sergio, que, cuando descubrí que cantar esa canción me provocaba dolor de cabeza, riñón, pulmón, lengua y cualquier otro órgano del cuerpo humano, se convirtió en mi peor enemigo.

Me siento con la necesidad de volverle a dar las gracias a aquellas personas que me hicieron sentir especial en el paraíso.

Gracias a ti, Andrea, porque con tu esfuerzo, tu trabajo y tu sonrisa, conseguiste hacerte un rinconcito en el corazón de todos nosotros. Te quiero mucho.

Gracias a ti, Laura, por ser la voz, por acabar siendo la extraordinaria Laura, por mirar como nadie el mundo, porque me enamoré de tu voz y porque hiciste que todos nosotros nos enamorásemos de tu corazón. Te quiero mucho.

Gracias a ti, Yessy, porque admiro tu vitalidad, te admiro a ti, por ser capaz de enseñarme tanto, por convertirte en alguien muy especial en mi verano en Tijuana, porque eres diferente y porque tienes un corazón difícil de igualar, y por tener a un hermano que ha acabado en mi foto de perfil. Te quiero mucho

Gracias a ti, Sergio, por ser el mejor soldado con el que alguien puede luchar. Gracias porque eres un ser único y extraordinario, porque eres capaz de llenar con tu luz cualquier rincón del mundo. No cambies nunca porque el mundo necesita personas como tú. Sabes que te quiero mucho.

Ellos habitaban el paraíso, mi paraíso. Ellos no sé dónde andarán el año que viene. Tijuana tiene algo especial, y algo horrible. Tijuana sabe poner paréntesis, uno siempre de inicio, pero siempre uno de final. Lo que hay fuera del paréntesis, nadie lo sabe. Desconozco dónde estarán el soldado, la muñeca, la niña, el títere, no lo sé. 

En la juguetería aprendí que cuando alguien llega a comprar un juguete y se maravilla de la juguetería, debe aprovechar ese momento, porque, cuando se marche de la juguetería, no será la misma.

Sin embargo, el paraíso tiene algo de mágico, como los juguetes. Tiene la capacidad de convertir en eterno todo aquello que entra en la juguetería. No sé dónde estarán Andrea, Sergio, Yessenia y Laura el año que viene. 

Espero que se acuerden de este viejo tigre de juguete que ha decidido quedarse olvidado en un rincón polvoriento del paraíso...



2 comentarios:

  1. Owwww! Alberth!! :)) me haces llorar :)) gracias por tus palabras y tu bella compañía

    ResponderEliminar
  2. Me acabas de enganchar a tu blog!!!!! Gràcies per tot el que buida el teu cor!!!

    ResponderEliminar