Crítica de Mil soles espléndidos de Khaled Hosseini
"Quiero ver el sueño de mis hijos convertido en realidad. Quiero estar aquí cuando eso ocurra, cuando Afganistán sea libre, porque así también mis hijos lo verán. Yo seré sus ojos."
Alguien en quien confío mucho me recomendó esta novela. Ciertamente no soy mucho de novelas y películas inspiradas en las tierras de Pakistán, Afganistán o Irán. No obstante, muchas veces debemos dejar aconsejarnos por las personas en quien confiamos, de ahí que me lanzase a esta aventura.
Y así fue, en cinco días me leí está novela de Khaled Hosseini, Mil soles espléndidos, una novela inspirada en el Afganistán de finales del siglo XX y principios del siglo XXI.
Sus páginas están llenas de detalles, de olores, de sabores, de colores. Somos capaces de ensuciarnos con el polvo de sus calles, de sentir la opresión femenina del burka, de someternos a la dictadura de los talibanes, de sentir las injusticias desde lo más dentro de nuestro ser. Kabul se convierte en una ciudad mágica. Nos recuerda al Bagdad que leíamos en las páginas de Las mil y unas noches, pero no es Sherezade quien cuenta las historias al sultán, sino que somos nosotros los que nos dejamos cautivar por la voz de dos mujeres: Mariam y Laila.
Ellas son las dos protagonistas de esta historia. La primera es una mujer abandonada, desterrada por ser una bastarda, que vive con su madre, y a la que visita su padre una vez por semana. Esas visitas se convierten en lo más esperado por Mariam, hasta que un día esas visitas empiezan a hacerse más espaciadas y Mariam toma la decisión de ir ella misma a visitar a Yalil, su padre. Éste vive con otras tres mujeres, con sus respectivas hijas. Mariam, la jovencita Mariam vive, y sobrevive, sabiendo que es la hija rechazada, a la que su padre hará casarse con Rashid, un zapatero rico de Kabul, cuando ella acaba de cumplir 15 años... y él 40. La mirada de Mariam es una mirada tierna, la de la mujer que acepta su destino, sin rechistar, encarcelada en su burka...
Laila, por el contrario, es la mirada de la niña inteligente y rebelde. Ella vive con su madre, una madre que se encierra en su cuarto, entre sus sábanas, viviendo del recuerdo de sus dos hijos que han ido a la guerra. Su padre, un inútil trabajador de una fábrica, le inculca el deseo por el arte, la necesidad de ser alguien en el mundo. Ella vive enamorada de Tariq, un niño que, por culpa de una mina, solo tiene una pierna. Sus pequeñas en medio de un barrio de Kabul nos mantienen con la esperanza de que algún día todo se acabará, aunque los más pequeños tampoco pueden escapar de las más horribles tragedias. La mirada de Laila es una mirada traviesa, rebelde, inconformista, que mantiene la esperanza en que el futuro es capaz de cambiar y de que ella tiene un lugar en el mundo...
Mil soles espléndidos nos devuelve a la literatura de verdad, aquella que nos mete la mano en el corazón, nos lo remueve, nos lo aplasta, la que nos hace identificarnos desde la distancia que suponen sus páginas, la que es capaz de emocionarnos de lo más profundo. No nos deja indiferentes, ya sea porque es capaz de sacarnos la más tierna de las sonrisas cuando vemos a un niño pequeño jugar con una cabra, o porque es capaz de arrebatarnos la esperanza en el ser humano con un golpe demasiado doloroso. Nos hace plantear lo que queremos ser, lo que queremos que permanezca a nuestro lado.
"Quiero ver el sueño de mis hijos convertido en realidad. Quiero estar aquí cuando eso ocurra, cuando Afganistán sea libre, porque así también mis hijos lo verán. Yo seré sus ojos."
Alguien en quien confío mucho me recomendó esta novela. Ciertamente no soy mucho de novelas y películas inspiradas en las tierras de Pakistán, Afganistán o Irán. No obstante, muchas veces debemos dejar aconsejarnos por las personas en quien confiamos, de ahí que me lanzase a esta aventura.
Y así fue, en cinco días me leí está novela de Khaled Hosseini, Mil soles espléndidos, una novela inspirada en el Afganistán de finales del siglo XX y principios del siglo XXI.
Sus páginas están llenas de detalles, de olores, de sabores, de colores. Somos capaces de ensuciarnos con el polvo de sus calles, de sentir la opresión femenina del burka, de someternos a la dictadura de los talibanes, de sentir las injusticias desde lo más dentro de nuestro ser. Kabul se convierte en una ciudad mágica. Nos recuerda al Bagdad que leíamos en las páginas de Las mil y unas noches, pero no es Sherezade quien cuenta las historias al sultán, sino que somos nosotros los que nos dejamos cautivar por la voz de dos mujeres: Mariam y Laila.
Ellas son las dos protagonistas de esta historia. La primera es una mujer abandonada, desterrada por ser una bastarda, que vive con su madre, y a la que visita su padre una vez por semana. Esas visitas se convierten en lo más esperado por Mariam, hasta que un día esas visitas empiezan a hacerse más espaciadas y Mariam toma la decisión de ir ella misma a visitar a Yalil, su padre. Éste vive con otras tres mujeres, con sus respectivas hijas. Mariam, la jovencita Mariam vive, y sobrevive, sabiendo que es la hija rechazada, a la que su padre hará casarse con Rashid, un zapatero rico de Kabul, cuando ella acaba de cumplir 15 años... y él 40. La mirada de Mariam es una mirada tierna, la de la mujer que acepta su destino, sin rechistar, encarcelada en su burka...
Laila, por el contrario, es la mirada de la niña inteligente y rebelde. Ella vive con su madre, una madre que se encierra en su cuarto, entre sus sábanas, viviendo del recuerdo de sus dos hijos que han ido a la guerra. Su padre, un inútil trabajador de una fábrica, le inculca el deseo por el arte, la necesidad de ser alguien en el mundo. Ella vive enamorada de Tariq, un niño que, por culpa de una mina, solo tiene una pierna. Sus pequeñas en medio de un barrio de Kabul nos mantienen con la esperanza de que algún día todo se acabará, aunque los más pequeños tampoco pueden escapar de las más horribles tragedias. La mirada de Laila es una mirada traviesa, rebelde, inconformista, que mantiene la esperanza en que el futuro es capaz de cambiar y de que ella tiene un lugar en el mundo...
Mil soles espléndidos nos devuelve a la literatura de verdad, aquella que nos mete la mano en el corazón, nos lo remueve, nos lo aplasta, la que nos hace identificarnos desde la distancia que suponen sus páginas, la que es capaz de emocionarnos de lo más profundo. No nos deja indiferentes, ya sea porque es capaz de sacarnos la más tierna de las sonrisas cuando vemos a un niño pequeño jugar con una cabra, o porque es capaz de arrebatarnos la esperanza en el ser humano con un golpe demasiado doloroso. Nos hace plantear lo que queremos ser, lo que queremos que permanezca a nuestro lado.
Las lágrimas que derramamos por esta novela son capaces de hacernos creer que quedan personas como Mariam, como Laila, como Tariq, o incluso como Rashid. Las bombas sobre Kabul resonarán siempre en los lectores de la novela, para convertirnos en seres que miran, desde una esquina, temerosos, cómo pasa la vida, y cómo sobreviene la muerte...
"Puedes llegar a ser lo que tú quieras, Laila. Lo sé. Y también sé que, cuando esta guerra termine, Afganistán te necesitará"
"Puedes llegar a ser lo que tú quieras, Laila. Lo sé. Y también sé que, cuando esta guerra termine, Afganistán te necesitará"
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