Els d'Ilurion, ja tornem a ser aquí. Amb energies renovades. Ha passat l'estiu i, de la mateixa forma que tornen els estudiants a les escoles i les col·leccions als quioscos, torna aquest singular programa de ràdio. A Ilurion ens reunim persones diferents, periodistes, filòsofs, historiadors, físics, economistes i filòlegs, per crear aquesta il·lusió auditiva que cada dissabte podeu escoltar per Mataró Ràdio.
Avui us hem introduït a La Renaixença, parlant del federalisme, de Narcís Oller i de Schopenhauer. En els propers programes volem continuar avançant pel segle XIX i començar el segle XX, que suposa una muntanya alta però un repte que volem superar.
En els propers programes poc a poc s'aniran incorporant els components habituals del programa. La Carolina ens farà la secció fresca, amb entrevistes, pel·lícules, obres de teatre sobre el tema, l'Ulisses ens parlarà sobre invents o coses rares de ciència, en Panoràmix ens plantejarà destinacions turístiques interessants, en Balú farà la biografia literària o el que li roti, en JJ i en Gerard ens introduiran al tema i possiblement vagin apareixent personatges d'aquells impresentables, com el rei Kamehamehà o Carles I (avui hem tingut a l'estudi a Leopoldo Alas Clarín i a Narcís Oller!!!
Aquesta és la nostra pàgina de facebook i el nostre twitter és @ilurion. Us hi anirem penjant cada setmana els programes!!
Us deixem aquí els twitters dels diferents components del programa:
Oriol Casals @CasalsGuell
Marta Castro @martacastp
Albert Cocera @acocera5
Joan Junyent @j_junyent
Carolina Pons @cpons1993
Ulisses Zunzunegui @uzunzu
Deixeu-nos un missatge al nostre twitter sempre que vulgueu (@ilurion).
Però recordeu que "la història és mestra de la vida".
Crítica de Mil soles espléndidos de Khaled Hosseini "Quiero ver el sueño de mis hijos convertido en realidad. Quiero estar aquí cuando eso ocurra, cuando Afganistán sea libre, porque así también mis hijos lo verán. Yo seré sus ojos."
Alguien en quien confío mucho me recomendó esta novela. Ciertamente no soy mucho de novelas y películas inspiradas en las tierras de Pakistán, Afganistán o Irán. No obstante, muchas veces debemos dejar aconsejarnos por las personas en quien confiamos, de ahí que me lanzase a esta aventura. Y así fue, en cinco días me leí está novela de Khaled Hosseini, Mil soles espléndidos, una novela inspirada en el Afganistán de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Sus páginas están llenas de detalles, de olores, de sabores, de colores. Somos capaces de ensuciarnos con el polvo de sus calles, de sentir la opresión femenina del burka, de someternos a la dictadura de los talibanes, de sentir las injusticias desde lo más dentro de nuestro ser. Kabul se convierte en una ciudad mágica. Nos recuerda al Bagdad que leíamos en las páginas de Las mil y unas noches, pero no es Sherezade quien cuenta las historias al sultán, sino que somos nosotros los que nos dejamos cautivar por la voz de dos mujeres: Mariam y Laila. Ellas son las dos protagonistas de esta historia. La primera es una mujer abandonada, desterrada por ser una bastarda, que vive con su madre, y a la que visita su padre una vez por semana. Esas visitas se convierten en lo más esperado por Mariam, hasta que un día esas visitas empiezan a hacerse más espaciadas y Mariam toma la decisión de ir ella misma a visitar a Yalil, su padre. Éste vive con otras tres mujeres, con sus respectivas hijas. Mariam, la jovencita Mariam vive, y sobrevive, sabiendo que es la hija rechazada, a la que su padre hará casarse con Rashid, un zapatero rico de Kabul, cuando ella acaba de cumplir 15 años... y él 40. La mirada de Mariam es una mirada tierna, la de la mujer que acepta su destino, sin rechistar, encarcelada en su burka... Laila, por el contrario, es la mirada de la niña inteligente y rebelde. Ella vive con su madre, una madre que se encierra en su cuarto, entre sus sábanas, viviendo del recuerdo de sus dos hijos que han ido a la guerra. Su padre, un inútil trabajador de una fábrica, le inculca el deseo por el arte, la necesidad de ser alguien en el mundo. Ella vive enamorada de Tariq, un niño que, por culpa de una mina, solo tiene una pierna. Sus pequeñas en medio de un barrio de Kabul nos mantienen con la esperanza de que algún día todo se acabará, aunque los más pequeños tampoco pueden escapar de las más horribles tragedias. La mirada de Laila es una mirada traviesa, rebelde, inconformista, que mantiene la esperanza en que el futuro es capaz de cambiar y de que ella tiene un lugar en el mundo... Mil soles espléndidos nos devuelve a la literatura de verdad, aquella que nos mete la mano en el corazón, nos lo remueve, nos lo aplasta, la que nos hace identificarnos desde la distancia que suponen sus páginas, la que es capaz de emocionarnos de lo más profundo. No nos deja indiferentes, ya sea porque es capaz de sacarnos la más tierna de las sonrisas cuando vemos a un niño pequeño jugar con una cabra, o porque es capaz de arrebatarnos la esperanza en el ser humano con un golpe demasiado doloroso. Nos hace plantear lo que queremos ser, lo que queremos que permanezca a nuestro lado.
Las lágrimas que derramamos por esta novela son capaces de hacernos creer que quedan personas como Mariam, como Laila, como Tariq, o incluso como Rashid. Las bombas sobre Kabul resonarán siempre en los lectores de la novela, para convertirnos en seres que miran, desde una esquina, temerosos, cómo pasa la vida, y cómo sobreviene la muerte... "Puedes llegar a ser lo que tú quieras, Laila. Lo sé. Y también sé que, cuando esta guerra termine, Afganistán te necesitará"
Glee es la serie de los perdedores por excelencia. No es una serie convencional, precisamente porque coge los convencionalismos, los tira al suelo, los pisa, los vuelve a pisar y les escupe por si ha quedado algo tradicional entre sus pliegues.
Glee comparte con la serie de Lost algo bien simple: su argumento aparentemente absurdo. Cuando me recomendaron que viera la serie de J.J.Abrams pensé "cómo serán capaces de acabar una sola temporada con unos tíos que han tenido un accidente de avión en una costa, en una playa que tiene sus límites". A Glee le pasa lo mismo. La serie cuenta la historia de un coro de una escuela (Middle School, High School, lo desconozco, puesto que los "niños" me recuerdan a la Raquel Meroño y al Fran Perea de "Los Serrano", que, con 28 años, se enfundaban las mochilas para aprender los contenidos del currículum de 2o de bachillerato).
Sin embargo, este coro es un poco especial, en él se reúne lo más arquetípico de esa escuela: la capitana del equipo de animadoras, el capitán del equipo de fútbol, el malote, la chica de color, el minusválido, la rubia tonta, el homosexual, la chica asiática, la chica rechazada por su físico, etc. Todos ellos son perdedores, pero son grandes cantantes y grandes bailarines. Cantan sobre el amor, la amistad, sobre lo humano y lo divino, unas canciones pasadas por algún tipo de aparato electrónico que convierte la voz en algo celestial, cierto es, pero si nos creemos que los elfos, los enanos y los ents pueden convivir, pongo a Dios por testigo que yo me creo que estos chicos cantan bien.
Como la máxima de renovarse o morir es algo que parece ser que los productores siguen muy bien, una serie de estas características necesita renovarse con la incorporación de nuevas caras, atreviéndose, incluso a dedicarle un capítulo a Brittney Spears, que incluso hace un cameo en un vídeoclip, perdón, en un fragmento de un capítulo (a veces no sé si estoy viendo una serie musical o "Del 40 al 1"). El gran cameo de esta temporada ha sido el de Gwyneth Paltrow, que interpreta a una sustitua capaz de disfrazarse en clase, de dirigir el coro y de bailar una mezcla de Umbrella-Singing in the Rain con Will Schuster.
Pero las incorporaciones relevantes son las de los nuevos miembros del coro. En la escuela aparece Sam Evans, un chico nuevo, rubio, que rápidamente entra en disputa con Finn por obtener el puesto de "quarterback" y por conseguir el amor de Quinn. Rubio, apuesto, jugador de fútbol y buen cantante, tres rasgos que lo convierten en un perfecto componente para el coro. Cierto es que es un personaje que nos resulta un poco antipático desde el principio, pero como decía al principio, lo típico se acaba convirtiendo en una burla de sí mismo.
Y llega un capítulo en el cual este personaje se mofa de sí mismo, convirtiéndose en un Justin Bieber de pacotilla con capucha y tupé completamente perfecto. La chulería deja paso a la humildad. Y lo convierte en alguien entrañable, cuyo futuro veremos en la 3a temporada, aunque lo intuimos a partir del baile de graduación, en el cual es capaz de invitar a una de las componentes del coro menos agraciada.
Otro de los personajes que se incluyen en esta segunda temporada es el contrapunto homosexual de Kurt, Blaine. Es verdad que las relaciones amorosas predominan en la escuela y en el coro. Y los creadores necesitaban que Kurt se enamorase de alguien que no fuera el propio Finn. Y es aquí donde entra Blaine. Él pertenece a otro coro, los Warblers, de otra escuela, más pija que la del Glee Club, y donde Kurt encuentra un lugar donde no es rechazado por su orientación sexual. Blaine es un persona que se desarrolla poco durante la segunda temporada. Aparece porque Kurt lo necesita, pero Glee nos ha enseñado que todo lo que empieza bien, siempre tiene obstáculos que superar. Y quizás la tercera temporada nos depara nuevas sorpresas
Y por último tenemos a Lauren Zizes, la capitana del equipo de lucha del instituto. Ella se incorpora al Glee club porque Puck se lo pide. Es un personaje curioso, que resulta atractivo en algunos momentos y odioso en otros. Su cometido es el mantener a Puckerman a raya y hacerle la vida imposible a Quinn, porque ella también desea convertirse en reina del baile. En algunos capítulos, este personaje sobra, su aspecto físico es el que más nos atrae como personaje, sin embargo, ya tenemos a Mercedes como chica acomplejada por su físico. No obstante, Lauren da una lección cuando explota ese físico del que muchas personas se avergüenzan.
Y por última, ella, la mala. Una de las malas más esperpentizadas, junto a Dolores Umbridge en la quinta entrega de los libros de Harry Potter, de todas las series, Sue Sylvester, la entrenadora de las animadoras. Su odio hacia el director del Glee Club, Will Schuster, inunda cualquiera de sus apariciones. Es capaz de mentir, sobornar, insultar, crear un equipo de supervillanos para derrotara Will. No es, en absoluto, un ser inverosímil. No mucho más de lo que resultan otros personajes. Es, eso sí, un personaje extremo, al cual extrañamos en los capítulos en los que no aparece. La nube de azúcar en la que viven muchas veces los componentes del coro es azotada por el trueno de sus gritos. Ahora bien, su humanidad emana por sus poros cuando descubrimos que su hermana tiene Síndrome de Down y que su principal colaboradora en las animadoras, también lo tiene. El esperpento, como demostraría Valle-Inclán, también necesita momentos de realismo, como el capítulo del niño muerto en "Luces de bohemia". Y Sue también nos hace disfrutar de esos momentos, breves, eso sí, pero intensos, al fin y al cabo.
Nadie escapa a la noticia que se produjo el 13 de julio de este mismo año, 2013: la muerte de Cory Monteith (Finn), a causa de una sobredosis. Su vida se truncó a los 21 años, como la de tantos otros a causa de las drogas. Finn no volverá a perseguir a Rachel, a enamorarse de Quinn o a pelearse por Kurt... Requiescat in pace
Glee nos enseña que todos somos un poco perdedores. Es una serie capaz de obligarnos a tener un pañuelo cerca, porque nos puede hacer llorar a lágrima viva o llorar por las situaciones más absurdas. Esta canción, titulada "Loser like me" es la canción que define la serie, y quizás nuestras vidas. Nos muestra cómo todos hemos sido perdedores alguna vez, y cómo en algún aspecto de nuestra vida, lo seguimos siendo. Nos enseña cómo aquello de lo que nos avergonzamos es lo que nos hace ser diferentes y cómo en el fondo a todos nos gustaría decir al mundo "You wanna be a loser like me"
Crítica de "El abuelo que saltó por la ventana y se largó" de Jonas Jonasson
Acabo de leer el libro de Jonas Jonasson "El abuelo que saltó por la ventana y se largó". El título no puede ser más descriptivo. Así empieza la historia. Allan Karlsson, el protagonista, es este "abuelo" que, el día que cumple 100 años, decide, por las buenas, saltar por la ventana y largarse de la residencia donde habita.
Esta pequeña y absurda anécdota da pie a 416 páginas de pasado y presente. La historia se divide en dos: el pasado, es decir, la vida de Allan Karlsson, el "abuelo" desde prácticamente sus inicios hasta que llega a la residencia; y el presente, a partir del momento en que salta por la ventana.
La historia del presente continúa en una estación de autobús, con un personaje que le pide a nuestro protagonista que le guarde la maleta para poder ir al baño. Pero ya se sabe que los ancianos de 100 años, si les dejas una maleta, pueden coger el primer autobús que vean y largarse como si no hubiera un mañana.
A partir de aquí la historia se desencadena en una serie de equívocos impresionantes, con personajes completamente absurdos: desde un anciano criminal, un vendedor de salchichas casi médico y casi de todo, un vendedor de Biblias, un comisario cansado de buscar fantasmas, un fiscal desesperado por encontrar algún cadáver, una señora digna de convertirse en una "serrana" perfecta del Libro de Buen Amor, hasta un perro y un elefante, mejor dicho, elefanta.
Todos estos personajes conviven en el presente, en una historia divertida, frenética y que convierte el surrealismo en el motor de todos los pensamientos, los sentimientos y las acciones de los personajes.
Ahora bien, 416 páginas con un presente desesperadamente rápido cuestan mucho de llenar, si no te llamas J.K.Rowling o Dan Brown, y el autor rescata la interesante vida del protagonista. Cuando aún tenemos los ojos demasiado abiertos porque descubrimos que el amor que se siente por una elefanta es completamente real, el autor nos vuelve a dar un giro a nuestra retina.
El sueco consigue reunir a personajes muy variopintos de la historia con los que se relaciona el protagonista. Asistimos a la muerte de Stalin, a la casi muerte de Franco por culpa de una bomba, al incendio de Vladivostok, a las historias de presidentes como Truman o Churchill, a los llantos del hijo del presidente de Corea, de a la ignorancia del hermano de Einstein, etc. Y hay un telón de fondo: y ese telón es Allan Karlsson, el abuelo, que se convierte en el ideólogo de la bomba atómica y en el convidado de piedra de la historia universal del siglo XX.
Es un libro completamente sorprendente, surrealista, divertido, que puede servir de libro de texto de personajes relevantes del siglo XX. El autor combina amor, intriga y comedia a raudales. El único error, desde mi punto de vista es que este globo poco a poco se va desinflando. La sorpresa que supone ver a unos personajes corriendo y escapando de unos maleantes con una maleta de 50 millones bajo sus brazos o asistir a reuniones entre algún presidente, el protagonista y un par de botellas de aguardiente se va perdiendo a medida que avanzamos en la lectura.
El pasado se acaba comiendo el presente. Así como al principio la historia del presente prima sobre la historia del Karlsson del pasado, esta última acaba resultando monótona y aburrida.
El abuelo empieza siendo algo entrañable y acabo siendo un personaje más en un mundo de nombres impronunciables, de historias de bombas atómicas y de animales asesinos.
Empiezo este blog no sé si por necesidad, por gusto, o porque me da la gana. Y lo empiezo con un artículo de Tijuana, evidentemente, porque estamos a mediados de agosto, el cole no ha empezado, y aún colean sentimientos hacia esta pequeña-gran ciudad del oeste de México, allá perdida en la frontera. Como diría Ismael Serrano, pero refiriéndose al DF, una "ciudad llena de radiotaxis y sentimientos".
En ella siguen habitando personas que han llenado mi julio, han llenado mi vida y mi verano, gracias a su Verano.
Y debo empezar este blog por los habitantes del paraíso. Lo llamo paraíso quizás por su microclima, porque está en lo alto de un cerro y a las 6 de la tarde ya tienes que ponerte una manga larga, especialmente en los juegos de agua. Lo llamo paraíso porque tiene una atmósfera de irrealidad que me encanta y que lo envuelve de magia, como si estuviésemos en el país de Oz, pero sin mago y sin Dorothy. Bueno, lo cierto es que si tuviese que pensar en una mago y en una Dorothy ya sé en quién pensaría, pero la magia de Miraflores implica no revelar sus reglas y sus secretos.
Miraflores era el campamento que hacía por la tarde, de 4 a 7. No estaba tan perdido como Lázaro Cárdenas, pero estaba un poco lejos de la colonia México. La rutina era la misma cada día. Javier nos venía a recoger a casa y a Dolors y a mí nos dejaba en la heladería del final de la calle donde se hacía el campamento. Tomarte una nieve (un helado) en la Michoacana (la heladería) a las 15.15 de la tarde en un lugar perdido del mundo con alguien de quien he aprendido tanto... no tiene precio. Ni quiero ponérselo. Y qué mejor manera de calentar (o enfriar) motores para la tarde.
Allí jugábamos, cantábamos, realizábamos juntas que siempre acababan desbordando sinceridad. Descubrimos que si algo se organiza, siempre sale mejor, pero que tenemos una capacidad innata de improvisar. Decían que nosotros, los catalanes, les salvábamos cuando no sabían qué hacer, cuando siempre he creído que son ellos que muchas veces nos salvan a nosotros, seguramente sin quererlo.
En Miraflores descubrimos que una juguetería es posible, cuando hay juguetes que la hacen posible. Ese era el centro de interés: la juguetería. Todos éramos juguetes, más o menos creíbles, que paseábamos por el paraíso de Miraflores, convertido en juguetería. Yo era un león mágico, Sergio era un soldado soberbio, Yessenia era una barbie enfadosa, Dolors era un malvado títere, Andrea era una niña que se convertiría en muñeca.
Laura era la que, con su mágica voz, nos conducía por esa juguetería en la cual iban apareciendo y desapareciendo extraños seres que iban haciendo las delicias de los más pequeños. Si pudiera llevarme las palabras de Laura en una pequeña cajita y ponérmelas cuando me siento deprimido, lo haría sin dudarlo.
El hecho de ser poquitos niños y habitar en un mundo completamente apartado te permite gozar de otros placeres que quizás en otros lugares no puedes gozar. El sentirse como una familia es mucho más fácil.
Aprendimos, por qué no confesarlo, la canción del café. Sí, esa canción que se convirtió en el hit del verano gracias a mi amigo Sergio, que, cuando descubrí que cantar esa canción me provocaba dolor de cabeza, riñón, pulmón, lengua y cualquier otro órgano del cuerpo humano, se convirtió en mi peor enemigo.
Me siento con la necesidad de volverle a dar las gracias a aquellas personas que me hicieron sentir especial en el paraíso.
Gracias a ti, Andrea, porque con tu esfuerzo, tu trabajo y tu sonrisa, conseguiste hacerte un rinconcito en el corazón de todos nosotros. Te quiero mucho.
Gracias a ti, Laura, por ser la voz, por acabar siendo la extraordinaria Laura, por mirar como nadie el mundo, porque me enamoré de tu voz y porque hiciste que todos nosotros nos enamorásemos de tu corazón. Te quiero mucho.
Gracias a ti, Yessy, porque admiro tu vitalidad, te admiro a ti, por ser capaz de enseñarme tanto, por convertirte en alguien muy especial en mi verano en Tijuana, porque eres diferente y porque tienes un corazón difícil de igualar, y por tener a un hermano que ha acabado en mi foto de perfil. Te quiero mucho
Gracias a ti, Sergio, por ser el mejor soldado con el que alguien puede luchar. Gracias porque eres un ser único y extraordinario, porque eres capaz de llenar con tu luz cualquier rincón del mundo. No cambies nunca porque el mundo necesita personas como tú. Sabes que te quiero mucho.
Ellos habitaban el paraíso, mi paraíso. Ellos no sé dónde andarán el año que viene. Tijuana tiene algo especial, y algo horrible. Tijuana sabe poner paréntesis, uno siempre de inicio, pero siempre uno de final. Lo que hay fuera del paréntesis, nadie lo sabe. Desconozco dónde estarán el soldado, la muñeca, la niña, el títere, no lo sé.
En la juguetería aprendí que cuando alguien llega a comprar un juguete y se maravilla de la juguetería, debe aprovechar ese momento, porque, cuando se marche de la juguetería, no será la misma.
Sin embargo, el paraíso tiene algo de mágico, como los juguetes. Tiene la capacidad de convertir en eterno todo aquello que entra en la juguetería. No sé dónde estarán Andrea, Sergio, Yessenia y Laura el año que viene.
Espero que se acuerden de este viejo tigre de juguete que ha decidido quedarse olvidado en un rincón polvoriento del paraíso...